Logística y distribución comercial

1.1.1.- La actividad logística y su evolución conceptual

1.1.1.- La actividad logística y su evolución conceptual

Los procesos de cambio acaecidos en el mundo económico conllevan una adaptación constante y permanente que tiene consecuencias determinantes para las organizaciones. Desde esa perspectiva, la logística es una disciplina que ha evolucionado a lo largo del tiempo, conjuntamente con las transformaciones de la sociedad. La palabra logística, en su origen, se refería a la parte de la ciencia militar que calculaba, preparaba y realizaba todo lo relativo a los movimientos y las necesidades de las tropas en campaña a fin de conseguir la máxima eficacia de una operación (Castán et al., 2000).

Como señala Ballou (1991), la logística nace como un campo novedoso en comparación con el resto de áreas más tradicionales de la empresa, tratándose de un proceso relacionado con la administración del flujo de bienes y servicios, cuya principal finalidad consiste en ofrecer una respuesta eficaz y eficiente a una demanda cambiante y cada vez más exigente.

A principios del siglo XX, la logística se encontraba poco desarrollada dentro del ámbito de la gestión empresarial y la preocupación principal de las organizaciones se centraba, fundamentalmente, en la función de producción, ya que se podía vender fácilmente lo que se fabricaba (Rufín, 2010).

Bajo esa óptica, la logística estaba constituida por actividades que eran necesarias pero no incorporaban valor (Casares y Rebollo, 2003). En esas etapas iniciales, en el ámbito académico, comenzaron a aparecer las primeras aproximaciones al estudio de la función logística, desde el campo de la economía y el marketing (Servera, 2010).

Es, aproximadamente, durante los años veinte, cuando surgió el marketing como nueva disciplina científica cuyo objetivo fundamental, en sus primeras fases, consistía en estimular la demanda para absorber toda la producción disponible (Rufín, 2010). Así, hasta los años cincuenta, se produjo un predominio de las funciones de ventas y producción sobre las actividades logísticas que quedaron silenciadas debido a mercados que se encontraban en permanente crecimiento y proporcionaban grandes beneficios (Ballou, 1991).

En esos primeros momentos, la función logística se asociaba básicamente a las actividades de distribución física, en especial al transporte y almacenamiento de productos (Rufin, 2010). Durante el transcurso de la segunda guerra mundial, cobró una importancia notoria el movimiento de las tropas, el transporte de material bélico y el suministro de mercancías, comenzando a valorarse la necesidad de articular una logística eficiente que permitiera cubrir las necesidades de los ejércitos (Castán et al., 2000).

Terminada la contienda bélica, la década de los años cincuenta, generó un clima adecuado para la 36 puesta en marcha de actividades de logística empresarial como consecuencia de los cambios que se produjeron en el consumo, la presión de los costes en los balances de las empresas y el progreso de la tecnología, generándose un clima adecuado para el desarrollo de modelos matemáticos y estadísticos orientados a abordar problemas logísticos reales que, entre otras finalidades, se han ido aplicando a la gestión y al control de inventarios (Wagner y Whitin, 1958; Colerus, 1972; Ventsel, 1983; Mathur y Solow, 1996; Hillier y Lieberman, 2006; Singh et al., 2009).

Es a partir de los años sesenta cuando la logística, siguiendo los postulados del marketing, adquirió una visión orientada hacia el cliente que se materializó en ofrecer un servicio ajustado a la satisfacción de sus necesidades. Desde ese momento, la función logística en la empresa empezó a ser tratada como una actividad de carácter estratégico generadora de ventajas competitivas, ampliándose su ámbito de aplicación (Servera, 2010).

Más adelante, la crisis de los años setenta obligó a reenfocar las acciones de marketing pasando del estimulo de la demanda hacia la mejora de la eficacia y eficiencia en la gestión de los recursos.

Ello dio lugar a que las empresas optaran por reducir sus inventarios sin disminuir el servicio prestado a los clientes, surgiendo, de ahí, la necesidad de planificar y gestionar de forma integrada la distribución, la producción y el aprovisionamiento (Ballou, 1991), definiéndose el concepto de logística integral (Kent y Flint, 1997; Casanovas y Cuatrecasas, 2001; Ballou, 2004).

Efectivamente, las empresas comprendieron que la optimización de los costes sería mayor si gestionaban de forma íntegra y unificada todas las actividades logísticas (Casares y Rebollo, 2005).

En los años ochenta, la función logística comienza a ser considerada un elemento clave para la diferenciación de la empresa (Ballou, 1991), lo cual supone identificarla como una variable básica de su estrategia, constatándose que permite obtener ventajas competitivas sostenibles, tanto por la vía de la diferenciación, como por la vía de la reducción de costes (Mentzer et al., 2004).

A partir de ahí, en los años noventa, la función logística adquiere una relevancia máxima dentro de la gestión empresarial, considerándose una variable estratégica para la diferenciación respecto a la competencia, capaz de generar valor para el cliente, aumentando su satisfacción y lealtad (Mentzer et al., 2004).

Por tanto, como señala Castán et al. (2000), se puede afirmar que ha sido una de las áreas de la función empresarial que ha evolucionado más rápidamente y de manera más significativa a lo largo de las últimas décadas, debido, fundamentalmente, a la posibilidad de obtener ventajas competitivas a través de ella (Porter, 2002).

En ese sentido, la revisión de las publicaciones de los últimos años permite identificar un 37 creciente interés en el estudio de la integración de la función logística a lo largo de todo el canal de suministro con la finalidad de ofrecer un mayor valor al cliente final (Servera, 2010).

Desde una perspectiva complementaria, en lo que se refiere a su proceso evolutivo, la producción y el marketing se han concebido durante mucho tiempo como actividades separadas que han coexistido dentro de la organización.

La necesidad de resolver esa falta de coordinación, que se ha traducido en la aparición de problemas para las organizaciones, ha generado el surgimiento de nuevos conceptos aplicados a la logística, que consideran el nexo entre la demanda del mercado y las actividades de producción (Pau y Navascués, 2001). Figura 1.1: Logística, producción y marketing

Servera (2010) señala que, recientemente, algunos autores han planteado claras diferencias entre los términos de distribución física y logística, ya que el primero abarca la gestión del flujo de productos terminados, mientras que el segundo comprende la gestión del flujo de mercancías, que comprende desde la fase del aprovisionamiento hasta la entrega de los productos terminados al cliente, siendo, por tanto, la distribución física una parte de la función logística.

Esa definición amplia de la función logística implica que no puede ser considerada meramente como un elemento de la variable distribución del marketing mix, debido a que su dimensión interna y externa le permite alcanzar un nivel superior en el organigrama funcional de la organización (Gutierrez y Prida, 1998; Ballou, 2004).

Empresa 38 De esa manera, se considera que la logística aborda el estudio del conjunto de actividades que se desarrollan sobre los flujos materiales, informativos, financieros y de retorno, desde un origen hasta un destino, con el objetivo de proporcionar a los clientes de la organización un servicio de calidad, en el lugar y momento oportunos, con un mínimo de gastos (Magee et al., 1973; Bowersox, 1974; Ballou, 1991; Arbones, 1992; Chase y Aquilano, 1994; Prida y Gutierréz, 1995; Levy, 1997; Gómez y Acevedo, 2000; Pau y Navascués, 2001; Anaya Tejero, 2011). Para Cuatrecasas (2000), la logística empresarial comprende la planificación, la organización y el control de todas las actividades relacionadas con la obtención, el traslado y el almacenamiento de materiales y productos, desde la adquisición hasta el consumo, a través de la organización y como un sistema integrado, incluyendo también todo lo referente a los flujos de información implicados, con el objetivo de satisfacer las necesidades y los requerimientos de la demanda, de la manera más eficaz y con el mínimo coste posible.

En concreto, siguiendo al Council of Logistics Management (1998), la logística es la parte del proceso de gestión de la cadena de suministro encargada de planificar, implantar y controlar, de forma eficiente y efectiva, el almacenaje y flujo de los bienes, servicios y toda la información relacionada con éstos, entre el punto de origen y el punto de de consumo, con el propósito de cumplir con las expectativas del consumidor o cliente.

En ese sentido, la cadena de suministro (“supply chain”) hace referencia al conjunto de empresas e intermediarios a través de los cuales el producto se mueve desde las fuentes de materias primas, pasando por los procesos de producción y llegando al consumidor final a través de la distribución (Levy, 1997; Hopp, 2004). Por tanto, como señala Porter (2002), la gestión de la cadena de suministro (“supply chain management”) es la estrategia a través de la cual se gestionan todas esas actividades de la cadena.

Ballou (1991), plantea la clasificación de las tareas logísticas en dos grandes áreas. Por una parte, la que se refiere al suministro de las materias primas para la producción, que incluye actividades de transporte, procesamiento de pedidos, compras, almacenaje, mantenimiento y gestión de inventarios y, por otra parte, la relativa a la distribución, situada entre las fábricas y los consumidores, en la cual las actividades logísticas que se llevan a cabo son las mismas pero orientadas hacia los clientes de la organización. Asimismo, Ballou (2004) sostiene que el sistema logístico comprende el subsistema de logística de abastecimiento que agrupa las funciones de compras, recepción, almacenamiento y administración de inventario; el subsistema de logística de planta que abarca las actividades de mantenimiento, seguridad industrial y cuidado del medio ambiente; así como el subsistema de logística de distribución que comprende las actividades de expedición y distribución de los productos terminados hacía los diferentes mercados, constituyendo el nexo entre las funciones de producción y las de comercialización.

Según Martinez y Maraver (2009), una estrategia logística tiene como objetivos la reducción de los costes asociados al transporte y el almacenamiento de la mercancía, la minimización del nivel de inversión en el sistema y las mejoras en los servicios prestados a los clientes. Todo ello, configura una actividad compleja, ya que es muy difícil compaginar esos tres objetivos de manera simultánea. De esa manera, se puede afirmar que la logística, como área dentro de la empresa, surge con dos motivaciones claras pero antagónicas. Por una parte, aumentar la calidad del servicio al cliente, garantizando las entregas a tiempo y en perfectas condiciones de los artículos y, por otra, reducir los elevados costes derivados del mantenimiento y la gestión de los inventarios (Martínez y Maraver, 2009). Además, la logística ofrece a los negocios reglas que permiten a la dirección seguir, valorar, priorizar y controlar los distintos elementos relacionados con el aprovisionamiento y la distribución que inciden en la satisfacción del cliente, en los costes y en los beneficios (Pau y Navascués, 2001). La gestión logística en la empresa abarca el análisis de la demanda y su predicción, el aprovisionamiento, la gestión de almacenes, la gestión de stocks y de pedidos, e incluso la logística inversa (Cristopher, 1994). En ese sentido, existe un consenso generalizado para muchos autores a la hora de afirmar que las funciones del sistema logístico se pueden agrupar en cinco áreas principales de decisión: niveles de servicio al cliente, gestión del aprovisionamiento, gestión de almacenes, gestión del transporte y gestión de inventarios. Desde esa perspectiva, se hace especial énfasis en la gestión de stocks como una de las actividades clave de la logística que es esencial para el desarrollo del proceso de comercialización (Carrallo, 1978; Cuatrecasas, 1999; Ballou, 2004; Zermati, 2004; Parra Guerrero, 2005).

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